Mientras el pueblo y las
autoridades vivían despreocupados de los asuntos de la tribu, la conspiración
cundía en todo el Chaco Santafesino. En las islas, en las reducciones lejanas,
donde quiera que levantase su toldo una familia india, aparecían sigilosamente
extraños mensajeros, adivinos y tatadioses, predicando la guerra al banco y
asegurando la protección de las divinidades católicas. Y las tribus respondían
ampliamente a este llamado, que despertaba en el fondo de la conciencia de los
aborígenes un sentimiento instintivo de rebelión contra sus opresores
extranjeros.
de III: "NUBES QUE AMONTONA EL VIENTO",
SEGUNDA PARTE, pag. 59
…
En
la capilla de la Golondrina la indiada remolineaba. No menos de ochocientos
jinetes erizaban sus chuzas entre los pencales, amenazando a San Javier. Algunos
pelotones corrían por los alrededores poniendo sitio al pueblo.
Por
suerte no se veían fusiles ni escopetas. Los indios cumplían las instrucciones
del tatadiós, quien les aconsejara fuesen a la lucha con sus armas
tradicionales. Las balas iban a volverse barro en el momento de la pelea.
De IX: “EL DESPERTAR”, TERCERA PARTE, pag.
123-124
…
El
primer pelotón de indios avanzó, golpeándose
la boca, por la calle de la iglesia, en dirección a la policía. Venían tendidos
sobre el lomo de sus caballos, lanzados a toda rienda. La milicada policial,
apostada al frente, y los cantones de los flancos, no los dejaron llegar. Casi
todos quedaron en el camino. Algunos, al sentirse traspasados por los
proyectiles, se abrazaban al pescuezo del mancarrón, y dando un alarido volvían
grupas, para ir a caer lejos, entre el pajonal.
De
XI: “EL MALÓN”, TERCERA PARTE, pag. 130
…
Salvador
y Ananoque pasaron como flechas a cien metros del cantón de Mendoza, que los
saludó con un tiroteo graneado. Enfilaron hacia el San Javier, y se lanzaron al
agua.
En
el pueblo se había hecho el silencio. Los de la torre, que vieron a los dos
indios caer al rio, les enviaron una granizada de tiros máuser.
El
clarín tocaba una diana.
De
XI: “EL MALÓN”, TERCERA PARTE, pag. 131
…
San
Javier acababa de fusilar a sus calles todo ese poético pasado que lo llenara
de un romántico prestigio.
La
raza aborigen era dispersada, perseguida, aniquilada… Ya no sería san Javier “
el pueblo de los mocovies”, sino un pueblo mas de la provincia, sin características,
hostil y monótono, como todos los otros, con calles rectilíneas, latrgos muros
de ladrillos y el aburrimiento dormitando en las aceras, en las que algún perro
familiar, echado sobre un umbral abre de cuando en cuando un solo ojo para
mirar indiferente al raro transeúnte que pasa como agobiado bajo la llamarada asfixiante
de la siesta.
De XIII: “LA
CARTA AZUL”, TERCERA PARTE, pag. 134
…
Cuando
la usina eléctrica, tras un largo silbato, va encendiendo los focos en las bocacalles de san Javier, allá , en el
barrio sud, alrededor de los tizones que brillan en las sombras, la familia de
los fantasmas inicia su cena: es el mate sin azúcar, con yerba lavada por todas
las cebaduras del dia, que corre de labio en labio. Y el golpe seco de la tos,
que va del grande al chico, y del chico al grande, inicia también su vuelta trágica,
su ronda nocturna.
Y,
si la luna, saltando de la nube, alumbra un
momento, entre el blanquear de las casitas emerge la negrura de uno que
otro rancho, que levanta su techo como las dos manos del bendito, para implorar
en las sombras la piedad infinita de los astros que guiaron a una raza vigorosa
y libre a través de las selvas, en las noches lejanas del pasado.
De
XII: “LA AGONÍA DE LA TRIBU”, pag. 184
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