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VIENTO NORTE




VIENTO NORTE
Novela del Norte Santafesino
Alcides Greca. 1927
Selección personal de fragmentos

Mientras el pueblo y las autoridades vivían despreocupados de los asuntos de la tribu, la conspiración cundía en todo el Chaco Santafesino. En las islas, en las reducciones lejanas, donde quiera que levantase su toldo una familia india, aparecían sigilosamente extraños mensajeros, adivinos y tatadioses, predicando la guerra al banco y asegurando la protección de las divinidades católicas. Y las tribus respondían ampliamente a este llamado, que despertaba en el fondo de la conciencia de los aborígenes un sentimiento instintivo de rebelión contra sus opresores extranjeros.

de III: "NUBES QUE AMONTONA EL VIENTO", SEGUNDA PARTE, pag. 59

En la capilla de la Golondrina la indiada remolineaba. No menos de ochocientos jinetes erizaban sus chuzas entre los pencales, amenazando a San Javier. Algunos pelotones corrían por los alrededores poniendo sitio al pueblo.
Por suerte no se veían fusiles ni escopetas. Los indios cumplían las instrucciones del tatadiós, quien les aconsejara fuesen a la lucha con sus armas tradicionales. Las balas iban a volverse barro en el momento de la pelea. 

De  IX: “EL DESPERTAR”, TERCERA PARTE, pag. 123-124


El primer pelotón de indios  avanzó, golpeándose la boca, por la calle de la iglesia, en dirección a la policía. Venían tendidos sobre el lomo de sus caballos, lanzados a toda rienda. La milicada policial, apostada al frente, y los cantones de los flancos, no los dejaron llegar. Casi todos quedaron en el camino. Algunos, al sentirse traspasados por los proyectiles, se abrazaban al pescuezo del mancarrón, y dando un alarido volvían grupas, para ir a caer lejos, entre el pajonal.  

De XI: “EL MALÓN”, TERCERA PARTE, pag. 130


Salvador y Ananoque pasaron como flechas a cien metros del cantón de Mendoza, que los saludó con un tiroteo graneado. Enfilaron hacia el San Javier, y se lanzaron al agua.
En el pueblo se había hecho el silencio. Los de la torre, que vieron a los dos indios caer al rio, les enviaron una granizada de tiros máuser.

El clarín tocaba una diana.

De XI: “EL MALÓN”, TERCERA PARTE, pag. 131


San Javier acababa de fusilar a sus calles todo ese poético pasado que lo llenara de un romántico prestigio.
La raza aborigen era dispersada, perseguida, aniquilada… Ya no sería san Javier “ el pueblo de los mocovies”, sino un pueblo mas de la provincia, sin características, hostil y monótono, como todos los otros, con calles rectilíneas, latrgos muros de ladrillos y el aburrimiento dormitando en las aceras, en las que algún perro familiar, echado sobre un umbral abre de cuando en cuando un solo ojo para mirar indiferente al raro transeúnte que pasa como agobiado bajo la llamarada asfixiante de la siesta.

De XIII: “LA CARTA AZUL”, TERCERA PARTE, pag. 134


Cuando la usina eléctrica, tras un largo silbato, va encendiendo los focos  en las bocacalles de san Javier, allá , en el barrio sud, alrededor de los tizones que brillan en las sombras, la familia de los fantasmas inicia su cena: es el mate sin azúcar, con yerba lavada por todas las cebaduras del dia, que corre de labio en labio. Y el golpe seco de la tos, que va del grande al chico, y del chico al grande, inicia también su vuelta trágica, su ronda nocturna.
Y, si la luna, saltando de la nube, alumbra un  momento, entre el blanquear de las casitas emerge la negrura de uno que otro rancho, que levanta su techo como las dos manos del bendito, para implorar en las sombras la piedad infinita de los astros que guiaron a una raza vigorosa y libre a través de las selvas, en las noches lejanas del pasado. 

De XII: “LA AGONÍA DE LA TRIBU”, pag. 184
  

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